viernes, 29 de julio de 2016

Pedir Mondongo en la Caracas de Hoy



El Mondongo.



Miguel Ramiro Bermúdez Salazar


 ―Hola, buenos días señor… ¿qué va a ordenar? Muy buenas… de ordenar… nada. Yo ordeno  mi casa, mi oficina, mis libros…aquí no tengo que ordenar nada. Voy a comer lo que ya tengo en mente.
―Está bien señor… disculpe, ¿y que tiene en la mente? Estoy a la orden.
― ¡Vas a seguir con el asunto del orden! Si están en orden es cosa suya. Quiero un mondongo.
―Muy bien… ¿Cómo lo quiere? ¿Tibio, caliente o hirviendo?...  
― ¿Cómo es la cosa? ¿Qué tiene que ver la temperatura?
―Si  tiene que ver… por la electricidad: ahora eso cuenta y cuesta para el costo del plato…
― ¿Y qué relación tiene un mondongo con la electricidad?... ¡¡¡ ¿Qué es eso!!!  ¿Qué tiene que ver la pestaña con el…?
―Epa señor sin groserías… ahora es la norma. Las cocinas son eléctricas y a más calor más electricidad,  y por eso tiene un costo adicional. Es la inflación, señor.
― ¿Y si es frio? ¿También se cobra?
―Si señor… la refrigeración también se paga, por ejemplo: vaso de agua o lo que sea se cobra según el tamaño del vaso y lo frio que esté,  y… si es con hielo vale muuuucho más.  Hidrocapital también aumentó.
― ¡coooño! ¿Y volviendo a mi mondongo, ¿Cuánto cuesta el plato?
―Depende de la temperatura y el tamaño de la taza…!
― ¿Cómo que la taza?... ¿y el plato?!
―El plato como tal,  ahora no hay… lo nuevo es la taza y el tazón. Pequeña, mediana y extra.El tamaño, contenido y la temperatura van haciendo el precio, pues ahora hay otros incrementos.
― ¡coñooo! ¿Cuáles?
―Según la cantidad de servilletas, si pide pan tiene un precio: pan entero o por ruedas; arepas por el tamaño y cantidad, y por supuesto, el agua…  ahhh y un pelo por el aire acondicionado. Si  paga con tarjeta de débito es una cosa y con crédito se le carga la comisión.
―Bueno, dame  un ejemplo: sólo del mondongo.
―Ok…  en el mondongo el precio varía según el tamaño y la ración de panza, jojoto,  apio, yuca, ñame, cilantro: bueno de acuerdo a lo que lleve… por las demás verduras no paga nada.
― ¿y cómo es la cosa entonces?
― La Taza pequeña es: panza en caldo, nada de lo otro. La mediana es: sopa, panza, una rueda de jojoto y un apio. La grande si tiene un poco más, un cucharón que trae panza, dos ruedas de jojoto, tres apios, tres ñames, dos yucas y cilantro. El extra trae: bueno… ese si está resuelto,  trae bastante de todo, y es hirviente: es más caro ¡pero es excelente!
― ¿Oye vale y…? ¿No hay mondongo natural? ¿Casi crudo con solo panza? ¡No me jodas! ¿y las arepas y las empanadas?
―También se le aplican las normas del mondongo, claro no en taza, pero todo lo demás aplica, en lo que cabe.
―¡¡¡Mira tú sabes cómo es la vaina, no quiero nada y me voy pal carajo…! ¿Cómo se llama este negocio?
―Arepera, Justa Medida. Epa señor no se vaya… no se ponga bravo…y… ¿la propina? ¡Venga, venga que tenemos ofertas de media ración y sobras de ayer…  ¡éste si es arrecho! Jajaja, después hablan mal del gobierno…comida no falta, pero la gente es muy exigente!. ¡No comas nadaaaaa no jodaaaa!

Caracas, junio 2016.






El Ropavejero en la Caracas de Ayer






Caracas sorprendía a sus visitantes por la cantidad y variedad de personas que se dedicaban a la más diversas actividades laborales, ambulantes, para ganarse el pan de cada día. Sucedía en las décadas de los años 30/40 del siglo pasado.                


 El  Ropavejero en la Caracas de ayer.



Miguel Ramiro Bermúdez Salazar
Julio 2016



Si Caracas no llegaba a las 400.000,00 personas, imaginemos lo desoladas que pudieron ser otras ciudades del país. Fácil resulta suponer que no debieron tener muchos habitantes, lo que nos hace pensar que  no había un gran número  trabajadores ambulantes en tales localidades.
Los ropavejeros eran, entre otros,  los trabajadores que se dedicaban a la compra, venta y trueque de todo tipo de mercancía, mediante operaciones comerciales, transacciones  con todo aquel que tuviera un objeto negociable.
Esas personas casi siempre eran nativas del medio oriente árabes, sirios, libios, etc.,  y también  europeos, italianos, españoles y portugueses. El criollo no era muy dado a esta actividad, no la consideraba dentro de su ramo de opciones. Sin embargo, se encontraban algunos pocos que se dedicaban a esta práctica comercial.
Los ropavejeros no eran una novedad.En antaño -en la Caracas colonial- ya existían, pero localizados en establecimientos en el “Centro” de la ciudad, que era para la época una zona integrada por unas pocas manzanas de casas. El más conocida estuvo  en la esquina de Traposos –venta de trapos y trastos-.
En la época señalada en este escrito –años 30/40-, el ropavejero se ayudaba,  para realizar su trabajo, con una carreta con tantos artículos que semejaba una quincalla o un pequeño bazar. Era en sí misma, un espectáculo por su contenido y colorido.
El ropavejero se anunciaba a viva voz. Un pregón que alertaba a los vecinos y los preparaba para negociar, lo cual era una “técnica” de oferta y regateo, según que se tratase de una venta o de un trueque.
La carreta era de tracción a sangre, tirada por un equino o jalada/empujada por el vendedor o “marchante”. Ésta tenía espacio suficiente para su mercancía y la que adquiriese negociando. Todo un inventario de mercancía integrada por: bacinillas, floreros, ceniceros, bolsas de colar café; taparas, escobas, poncheras, vasos, tazas, platos, ollas de peltre, de aluminio, o hierro colado. Vasos de “casquillo”,  que no se partían nunca,  jarras y ánforas. Convoyes que eran conjuntos de vinagrera, aceitera, salero, pimentero. Platones –ornamentales-, muñecos, peluches, juguetes, costureros, pinturas enmarcadas (cuadradas, rectangulares u ovaladas). Espejos tamaño cuerpo entero, aguamaniles, cepillería, lámparas, mecheros, anafres, y todo lo que pudiera cargar para negociar.
Los vecinos por su parte ofrecían todo lo que pudiera ser objeto de un negocio; lo que estuviera en buen estado pero pasado de moda; lo “medio roto” pero reparable, lo que ya no cabía en la casa por tener algo nuevo; lo que era pavoso o cursi y podían ofrecer entre otras cosas: lámparas de pie o mesas, sofás, butacas, liquiliquis, trajes de novia, sacos, fluxes (paltós), suéteres, cojines, joyas de oro y plata, sifones de cerveza, fantasía y joyas, tinajeros, muebles de paleta, escaparates con puertas de espejo, muebles de simile cueri (semicuero), alfombras, cortinas, y todo, todo lo que podría ser vendido, hasta las suegras eran negociables.
El trueque era lo más común para el comercio de las cosas pequeñas, era el “dando y dando” pero otros artículos eran para la venta exclusiva de contado, en dinero ”chinchín” contante y sonante. Cuando un vecino, vendía un mueble, por  citar un ejemplo, el ropavejero, pagaba la mitad, para asegurar la mercancía mientras traía el vehículo, carreta o parihuela con espacio para poder llevarse lo comprado. En ese momento pagaba el resto.
Estos pequeños comerciantes con el paso del tiempo, de tanto acumular mercancía, terminaban montando un local comercial, de compra, venta, trueque, y el negocio original quedo en manos de un empleado subalterno. Luego estos locales se fueron quedando como lugares de compra-venta de antigüedades de la ciudad, y parte de su principal negocio comenzó a ser como proveedor de empresas de teatro, cine y público en general.
Cuando en los años 50 llegó la televisión, las televisoras encontraron una “mina de oro” en éstos negocios, pues adquirían el  mobiliario, lámparas y ropaje en buen estado y a precios razonables para sus programas. A su vez, los otrora vendedores ambulantes hicieron su agosto con la llegada de la televisión. La paciencia les pagó muy bien.